La vez que lloré

lulú
2 min readNov 14, 2023

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Esta madrugada lloré. De pronto, me vi envuelta entre mis sábanas y mis fantasías una más delirante que la otra, y no pude más, y te lloré, como hacía en invierno cuando no podía dormir porque tu cara se me aparecía sonriente y perfecta en la cabeza. Casi como si lo tuviera tatuado, llevo tu nombre a todas partes conmigo, y le dedico horas a pensar y pensar una y otra vez qué estoy haciendo mal y por qué será que no logro mi objetivo. Quisiera que me desearas, quisiera que me necesitaras como si fuera un vaso de agua en el peor de los veranos bonaerenses, húmedo y sofocante, como yo. Reincidente, pesado, insoportable. Es terrible no gustarte. Me persigue esta idea loca de que puedo aun convencerte de algo, que tal vez exista una mínima posibilidad de que me mires y descubras algo nuevo. Pero no alcanzo toda yo para cumplir con tus deseos, es evidente. No soy yo lo que buscás. No soy lo suficientemente linda ni estoy lo suficientemente cuerda. Lo sé. Me falta algo. Me faltan todos los pedazos que regalé de mí a otros tantos. Me falta lo que dejé en la guardia cuando tomé veinte pastillas al hilo, me falta, ¡me falta! Y es que cuando pienso que me di por vencida, aun cuando pienso que realmente no hay ningún tipo de esperanza, encuentro la manera más retorcida de tergiversar tus palabras para hallar en ellas un dejo de algo, de interés, de lo que mierda sea. Porque soy tonta, lo digo todo el tiempo, soy la tonta más tonta de todas, y caigo, caigo una y otra vez ante tu encanto, tu forma de pasarte la mano por el pelo, tu forma de hablar, de caminar, de tomar café, de fumar, y hasta tu forma de mirar. Porque estoy ciega, ¿entendés? Porque quisiera estar muda para dejar de hablar demás. Porque quisiera que floreciera tu deseo en el balcón de mi casa para sentirlo todos los días cerca mío. Sobre mí, quisiera que tu deseo se derrumbara sobre mi cuerpo y me rompiera las huesos. Pero no, es otra cosa. Es tu indiferencia la que me destruye. Y yo me sacaría el corazón del pecho solo para que lo tuvieras en tus manos. Te besaría con mis labios secos y partidos. Te daría lo que tengo, no es mucho, pero es todo lo que soy: poco. Pero no querés que te dé nada de mí. Y yo, ¿qué se supone que tengo que hacer con todo esto? Intenté enterrarlo en el jardín y sigue resucitando de entre los muertos y persiguiéndome a todas partes.
Sigo fantaseando con quemarme con uno de tus puchos.
Tengo que dormir.

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