El día que te fuiste no supe bien cómo reaccionar. Tuve una mezcla muy grande de emociones nuevas en el pecho que me dificultaban la respiración y huí de todos lados como si pudiera huir de vos también. Me costaste noches y noches y días y días de pensar y repensar una y mil veces cómo evitar tener que arrancarte de mi cuerpo para que dejes de comerme cruda y arrancarme pedazos por placer. A veces siento que soy la mitad de lo que era cuando me conociste porque te llevaste casi todo de mí. Lo tenés guardado en alguna parte de tu habitación, que ahora habitás con alguien más.
No sé cuántas veces pensé que sin vos no era nada, y en retrospectiva siento que quisiera tener el derecho a culparte por no haber pensado lo mismo por lo menos una vez cada tanto. Cada tanto también pienso que fuiste el error más grande de mi vida, pero tal vez es mucho decir.
Siento que en cuanto hice agua y te inundé de dolor y locura, fuiste lo suficientemente vivo como para encontrar a alguien que no tuviera motivos para tirarse por el balcón. Y aunque no la conozca, lo sé. Mi locura siempre nos distanció. Entre vos y yo había un mar de miedos y lamentos. Lamento que vos lamentes que yo sea como soy. No hay pastillas ni tratamientos que puedan borrar mi nombre y escribirlo de nuevo, carente de fallas. Seré eternamente esa loca que te cruzaste una vez, en el mítico mundo de la mentira, y una vez más, en mi hermosa Buenos Aires.
Siento que me arranqué el corazón del pecho y que mi sangre te espantó, te llenó de asco. El olor nauseabundo de mis vísceras podridas te indicó que yo no era más que una bolsa de basura rebalsada y llena de agujeros. No te culpo. Ella era una flor en un jardín donde, metros abajo, mi cuerpo se desarmaba. El problema no fuiste vos yéndote, el problema fui yo, creyendo ciegamente que te ibas a quedar pasara lo que pasara.
No recuerdo las decisiones que tomé. Abundan los vagos recuerdos de tus gritos, los míos, y el llanto colectivo que supimos mantener, ¿durante cuánto tiempo? Empiezo a pensar que no sé verdaderamente cuándo te fuiste, porque recuerdo tus ojos vacíos mirándome con inquietud mucho antes de que te subieras al avión. Recuerdo darme vuelta en la cama y pensar que no sentías nada por mí más que un profundo rechazo, y que me sofocara no entender por qué. Peor aún es aceptar que todavía me sofoca, que todavía no entiendo por qué.
La pienso, a lo lejos, y la veo sintiendo mis emociones y cumpliendo mis propios sueños. ¿Cómo hice para quedarme tan atrás? ¿Desde cuándo soy esto? ¿Cuándo lo decidimos? Hoy, que tantas puertas se han abierto y que puedo decir que vivo tan plenamente como hubiera deseado en otros momentos, me pregunto, ¿cómo llegamos hasta acá? Y de paso, ¿por qué todavía te siento tan pesado sobre mis hombros? Cuando pienso que te curaste, volvés a supurar, como herida profunda, con un dolor punzante.
Tendría que estar durmiendo pero una vez más me desvelo intentando responder preguntas para las cuales solo vos tenés respuestas. Quisiera que no las tengas. Quisiera que no existieran tales preguntas siquiera.
Me gustaría decirte que ya no me estoy pudriendo, para ver si esbozás algún tipo de sonrisa. No sé por qué. Mi cuerpo no te extraña ni un poco, y mi cabeza es plenamente consciente de que no pudo haber pasado nada mejor que el hecho de que te fueras de una puta y santa vez. Y aún así, en algún lugar recóndito de mí, todavía busco un poco de tu aprobación.
Mi fantasma está más cerca de vos que cerca mío.
Ojalá olvidarte.