La vida me encuentra en un vaivén constante, perdida en un camino en el que todos mis pasos van dubitativos acercándome hacia no se sabe qué. Escribo tal vez porque me pienso capaz de contener en palabras lo que me abunda en la cabeza, pero es un todo tan ruidoso como inabarcable. Es una voz que grita, en el fondo, tapada por un sinfín de palabras inconexas que le buscan el sentido a todos y cada uno de mis actos, carentes de todo lo que se asemeje a la pasión. Me fui perdiendo con el paso de los años, hasta llegar a un punto en el que a penas puedo reconocerme. No sé qué digo, qué hago, quién soy, a quién me parezco, qué quiero ni por qué. Me enterré hace tiempo en algún jardín, con el deseo de que brotaran de mí las flores más hermosas que se pudieran ver, pero sigo enterrada acá, pudriéndome de a poco mientras el todo ruidoso me come y los bichos también. Si tan solo pudiera ver la noche y dejar de lagrimear imaginándomela a la distancia. Pero yo desconozco la simpleza de las cosas y no puedo apreciarlas tal y como son, sin meter la mano para arruinarlas.