El paso del tiempo me ha convertido al exceso, ya lo sé. Encuentro, tal vez, un dejo de confort en este eterno caer. Se ve que los abismos también me atraen, como cantando mi nombre, me piden que me deje llevar: en el fondo no hay nada. En el fondo, no soy nada. Lo sé, lo supe hoy cuando el corazón me rebotaba en el pecho como si quisiera escapar de mí. Yo también quiero escapar de mí, corazón. Lo siento. Me abriría entera para dejarte huir, pero no existen lugares mejores.
Sé que es todo un desastre. Lo sé, que acá está todo roto y sucio, y que quizás haga mucho frío en esta habitación. Pero tendí la cama, y me pinté, y me llené de crema y perfume, y me senté a esperar pero no llegó nunca, porque no quiso. Porque no quiere. Nadie quiere, y con razón, porque yo sé, lo sé, yo sé que no hay motivos para querer. Entonces me armo de valor y respiro profundo. Esto es la guerra contra mis pulmones. Esto es la guerra contra la angustia que me cierra la garganta y el estómago.
Corro, huyo, me escondo. ¿Qué voy a hacer sino? Si no puedo ni mirar a los ojos a la gente sin sentir que me prendo fuego entera. No puedo ni pensar. No puedo ni hablar. No puedo ni dormir. Ya lo sé, que me quieren pero vacía, me quieren pero hasta ahí, me quieren de a pedacitos, porque toda soy mucho, toda sobro, toda es demasiado.
Ya lo sé, corazón, y si pudiera arrancarte de mi pecho lo haría. Porque te compadezco. Porque vivir dentro mío, tragedia tras tragedia, es una catástrofe.
