XXI
Voy a dejarme comer
los huesos
por el monstruo atroz
que crece en mi interior.
Voy a dejarme ser
la maldad personificada
el ácido sobre la piel
el frío en los dientes.
Voy a dejarme crecer las alas
para volar por sobre todo
y escupirle de arriba
a la verdad.
XXII
Cuentan las calles de mi barrio
que alguna vez fui niña
fui santa y mortal.
Que alguna vez fui,
sin tapujos,
sin horrores nocturnos,
sin las maldiciones de mi reflejo,
que se ha vuelto gris
con el paso del tiempo,
se ha vuelto insulso,
se ha vuelto vano.
Cuentan las calles de mi barrio,
que alguna vez fui libre
de mí.
XXIII
Quiero que me albergues
en tu cuerpo tibio
y me arropes las mañanas
con un beso.
Quiero en este momento
nada más que la dulzura
de tus labios sobre mi piel.
No soporto no ser
un objeto tuyo
atesorado en tus cajones,
lleno de polvo.
XXIV
La entereza. De eso se trata,
de ahora ser entera,
de levantarme con un propósito
por más nimio que sea.
De barrer mis pedazos
tirados en el piso,
para pegarme con plasticola
y volver a andar
y dejar de pelear
todo el tiempo
con las olas malditas
de la incertidumbre
y el malestar.
De dejar pasar al diablo
y darle la mano
y un abrazo.
De echar a la muerte
del umbral de mi puerta
para que deje
de llamarme,
desesperada, para que deje de pedirme
que la ame
como ella me ama a mí.
XXV
La cabeza se me ahoga
en llanto feroz.
El espejo me deforma
la cara.
Las lágrimas me queman,
la sangre brota,
me deshago,
me voy por el desagüe,
me dejo ir,
levemente.
Tiene que doler más, pienso que
tiene que doler un poco más
abandonarme,
morir.
Pero renacer es liberador.
Soy las cenizas de la que fui
y soy los cimientos de la próxima,
la que aún está por venir.
Pues la vida no es más que un ciclo
avasallador
en el que la muerte acecha
pero la que gana soy yo.
XXVI
En la danza anticósmica con el mal
que me abunda y me aflora,
hallo las verdades reprimidas
de mi corazón que se pudre.
Pero quisiera decirte que en realidad
no soy todo lo malo que aparento.
Quisiera decirte que en realidad
no soy solo este cuerpo maligno
que escupe palabras ácidas
y corrompe la tranquilidad a la fuerza.
En la danza anticósmica con el mal
que me brota por los poros,
me hallo sumergida en la oceánica tristeza
de espantar santos y matar ángeles.
Sin propósito, sin razón, sin nada.
XXVII
En este mundo hecho
de crueldad, inventos y
mentiras mesiánicas,
puedo vislumbrar el halo
del suave y tenue
rayo de sol,
rebotándo sobre el cristal vecino
de uno de los tantos
monstruos de concreto
que se alzan en mi cuadra.
Revolcándome contra las sábanas,
entrecerrando los ojos encandilados,
le juro a mi cabeza que floto
entre las nubes y que
mi cama es la tierra fértil
en la que sembrarme
para crecer y florecer una vez más,
tras haber perdido mis hojas
en el más terrible invierno
que mi cuerpo ha sufrido.
XXVIII
Creo,
pero no estoy segura,
creo que aquello que enterré
hace años en el jardín
vuelve,
viene por mí.
Creo,
quisiera tener la certeza,
creo que me está buscando y
que camina lento
hacia mí,
para llevarme consigo.
XXIX
Llevo conmigo mi propia condena.
La muestro, enorgullecida,
a todas las personas
que me cruzo
en el camino a casa.
La llevo como si fuera un premio.
Pero lo cierto es que
no es más
que el castigo que cargo
por ser lo que soy.
XXX
Confieso.
He mentido.
He robado.
He escapado.
He herido tanto.
Confieso.
Ya es tarde.
Ya me oculté de la verdad el tiempo suficiente.
He sido la peor versión de mí.
He cazado corazones de la forma más bestial.
He cruzado barreras y umbrales que una no debe cruzar.
He matado a la hija de mi madre.
Confieso.
Que no siento más que vergüenza.
Que la culpa me persigue por las noches.
Que aún lo tengo en el pecho a pesar del tiempo que pasó.
Que me arrepiento de todo.
Confieso
que el problema
soy yo.