Confesiones vol. 2

lulú
4 min readJul 13, 2024

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XI

Se alzan las armas,
todos quieren tenerte.

La belicosidad del amor
penetrante y trascendente,
amor del que sé
poco y nada.

Disparo a un cuerpo,
todos quieren tenerte,
pero yo te tendré
antes que nadie.

Esto es el campo minado del amor,
y los cuerpos caídos en la tierra,
cubiertos de polvo y sangre,
son sus frutos maltrechos.

Esto es, nada más ni nada menos,
el campo minado del quererte
más que a nadie,
más que nunca.

Pero no soy la única
y los enemigos acechan.

XII

No puedo.

Están atrapadas
en alguna parte,
en algún rincón.

No fluyen
como mi sangre:
anticósmica.

No se abren
las puertas del infierno.

Están ahí, ellas,
golpeando mi puerta
como si quisieran
tirarla abajo.

Despedazarme.

Están encerradas en
mi casa de papel negro.

No puedo, no.

No puedo dejarlas entrar.

XIII

Y si pudiera, eliminaría
todos tus rasgos
guardados en mi memoria.

Olvidaría el sonido de tu voz.
Olvidaría las asperezas de tu rostro.
Olvidaría el calor de tus manos.
Olvidaría tu abrazo roto e insulso.

Y si pudiera, te diría
que nunca te quise
ni con el más mínimo fragmento
de mi corazón.

Mi corazón negro.
Soy tu némesis.

Mataría tus promesas.
Mataría tu amor de padre bobo,
de padre que no fue,
de padre que se va,

y nunca está.

Te mataría.

Te mataría pero no estás.

XIV

Me retuerzo,
encandilada por la Buenos Aires
de neón.

Los pasos sucesivos
que me llevan encadenada
hasta el fin,

la suerte echada que
de suerte no tiene nada.

Mastico uno a uno,
delicadamente,
mis pensamientos delirantes:

hay soles que brillan muertos,
en alguna parte del cosmos.

Yo quisiera entregarme
al vacío, al caos, a la nada,
y flotar entre las estrellas
pero estoy

hundida en el sillón,
estoy
hecha pedazos
esparcida por el suelo
de mi casa
de papel
que prendería fuego
con tal de ver algo
arder.

XV

Lo que cargamos nosotras está en lo más profundo
de nuestras entrañas.

Somos condenadas
por cada órgano de nuestro cuerpo.

Nacemos de las flores, nosotras,
y nos pudrimos en el barro.

Somos abandonadas por el sol,
tocadas por la luna
y llevadas por el viento

y la tormenta
que acarrea consigo.

La tormenta que nos caza
por el cuello y nos quita el aire.

La tormenta que nos persigue
entre las hojas de los árboles,
debajo de la almohada,
detrás del reflejo del espejo.

La tormenta que nos come
vivas.

XVI

Abro la puerta.

Delante de mí,
el fuego llevándose mis deseos,
uno a uno,
incendiando mi verdad.

Lo veo consumirse todo,
lo veo teñirse de negro
y gris, y
lo veo morir

todos los días.

Extinguirlo sería un despedicio,
lo dejo ser.

Me adentro en él
aunque no pretenda rescatar nada.

Me quemo todo lo que puedo y,
cuando estoy lista,
vuelvo a la puerta para cerrarla,

y poder volver mañana
a contemplar
el desastre.

XVII

Romper.
Romperme el cuerpo
contra el asfalto seco
de la indiferencia.

Romper.
Romperme la cabeza
golpeándola contra las paredes
de mi cuarto de la niñez.

Romper.
Romper todos los lazos
que supieron unirnos y…

Romper.
Romper todas las puertas
que nos fueron abiertas y…

Romper.
Romper el espejo para desconocer
el reflejo que nos muestra y entonces

ser libres, finalmente, de todo
lo que fuimos, lo que somos
y seremos en un futuro no tan lejano.

Rompernos para dejar de crecer,
y que el tiempo se detenga
por lo menos un instante.

XVIII

En la oscuridad de mi habitación
almaceno mis retazos,
porque quisiera dejarte algo
cuando me voy.

Dejé debajo de la almohada,
lo guardé delicadamente,
un beso que me hubiera gustado darte
antes de que despiertes.

No sé cuánto hay acá
para darte.

No sé cuánto de mí
necesitás.

Tal vez sueñe demasiado
con esto de entrelazarnos
en el infinito mar de
destinos extraños y

tal vez, tal vez piense demasiado
en el futuro que quiero
hacer con mis propias manos,
con mi propio cuerpo al lado tuyo.

En el placard, entre mi ropa,
escondí las miles de cartas
que te escribí en este último tiempo,
porque quisiera decirte tanto.

Dejé debajo de la cama,
los metí en una caja de cartón,
todos tus miedos y los míos
para que se hagan compañía.

XIX

No es cierto.

He mentido infinidad de veces
para ocultarme tras los telones
mágicos de la realidad
y su violencia.

He exhumado mi cadaver
para meterme entre la carne
pútrida y volver a ser
aquello que fui alguna vez.

Pero no es cierto, no.

Nunca fueron mis actos
fiel reflejo de mis deseos.

Nunca pronuncié el amor
que no era, ni lo invoqué en vano.

Jamás he creído encontrar
en miradas mortíferas
el sueño roto de mi alma
ni la resolución de mis conflictos.

Oh, no, nunca, jamás.

Pero aún miento.

XX

Encontrar algo más que un residuo,
un dejo, de lo que alguna vez
fue y ya no.

Encontrar pedazos escondidos
en alguna parte de mi habitación
y tirarlos a la basura
para dejar de acumularte.

No me sirve más.

Ahora que entiendo que la vida
no es ni debe ser
una tortura malvada
ni un dolor constante en el pecho.

Ahora que descubrí que puedo
respirar profundo sin quebrarme los huesos,
abrazarme al mañana cada vez que despierto,
besar los labios de este presente que quiero futuro.

No me sirve más nada
de lo que hayas dejado acá
para que te halle oculto,
perdido y lejano.

No me sirve
y no lo quiero.

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