I
Hay algo que escondo
entre la piel y las entrañas,
donde no me ilumina el sol
ni me acarician las palabras.
Lo llevo dentro, esto,
y se alimenta de terrores nocturnos,
de pasiones desalmadas
y de locuras inconmensurables.
La cadencia del encanto
del dolor.
Las formas tontas y vanas
de ocultarlo.
El festín del dolor en las
oscuras cavidades
de mi pecho,
en las aurículas del corazón
que sabe de estar roto,
¡sabe!
Sabe mejor que nadie
de fallar.
II
Antes.
Confundía amor y fantasía,
y quedaba enredada en las mentiras
de los que abren la boca sin pensar
y los que muerden para después llorar.
Antes.
Podía sacarme la cabeza
y arrojarla por la ventana con tal de
llamar la atención de esos, que
de santos no tienen nada.
Antes.
Se me retorcían las vísceras de solo
pensarlo y el mundo se terminaba
y se derrumbaba sobre mí cuando
mi cuerpo, mi cuerpo se convertía
en cárcel.
Nadie lo quiere.
Nadie quiere adentrarse en él.
Nadie quiere conocerlo
y enamorarse perdidamente.
Antes.
Mi alma era presa del desconcierto
y del desorden, presa del caos.
Antes.
Mi vida era nada más que un
rompecabezas a medio terminar.
Antes.
Antes cuando mis ojos eran ciegos.
III
Temblar como hábito
sacramental.
Curar de a una
las locuras.
Sentir el peso
del ayer
sobre los hombros.
Lamentarse
del delirio
pretérito.
Tragar
los comprimidos
matutinos.
Tragar, dije.
Tragar el ayer
y temblar por las mañanas.
IV
Todavía lo recuerdo.
El paseo veloz por los pasillos
blancos del infierno,
donde abunda el pavor
del oscuro porvenir.
Rendida ante el sueño
y el desasosiego.
Estaba ahí, me miraba de reojo.
Escuchando el latir calmo
de mi corazón, la sobredosis
en mis venas jóvenes.
Deseando que se detenga todo,
un instante.
Que el caos pare.
Que la muerte me toque,
o que me deje en paz
de una vez por todas.
V
He encontrado la calma.
La he cazado con mis propias manos.
La tengo presa entre los dedos
hace meses.
He muerto sobre mi cama
y he vuelto a nacer.
He extirpado de mi pecho
mi enfermedad terminal,
y la he escondido
debajo de mi almohada.
Ya no soy un alma desahuciada
y no me abundan el pánico
ni la desdicha.
He encontrado el amor.
Lo he cosido a mi propia piel.
Lo tengo preso entre mis vísceras
para siempre.
VI
La desolación sentada
en el balcón de tu casa,
hecha carne, hecha cuerpo.
La desolación dormida
en tu cama, del otro lado,
hecha una maraña de amargura.
Yo me convierto en monstruo
por la noche.
Yo no soy más que
la desolación
enamorada.
VII
Los frutos que toca mi boca
han de pudrirse en el estómago
muerto, las mariposas
mueren en mi puerta.
Las sábanas que me envuelven
han de mancharse con mi sangre
infectada y descompuesta,
el viento no cesa.
Me persiguen con sus alas rotas,
entorpecidas por la lluvia
y la noche, que caen
sobre nosotras.
Oh, las mariposas
me encuentran
y vienen a morir
en mí.
VIII
Para robarme todas las palabras
que nacen en tu andar
despreocupado y aun pulcro,
tengo que robarme tu alma.
Para tocarte las heridas
que el tiempo infligió en tu cuerpo
bello y aun joven, tan joven,
tengo que comerme tu corazón.
IX
¿Dónde se esconden la vergüenza
y el fantasma de aquella que no fui?
Todo lo que pude haberme hecho
en la carne y en las tripas,
todo lo que pude haberme hecho,
en la piel y en la cabeza.
Llevo conmigo a todos lados
la visión espectral de todas esas
que maté con mis propias manos,
todas esas que pude haber sido.
De revolcarse en la arena bajo el sol
y dejarse comer por las olas del mar,
hundida, perdida, para siempre.
Del regocijo de saber que nunca volveré
a ser la de antes, nunca, porque yo
me dejé tragar por la marea.
Mil veces.
X
Reconocer, entonces, hasta la voz
que ya no tenés, la voz del antes,
la voz del niño que fuiste
y del niño que todavía sos.
Un poco, pero no tanto.
Viajar en el tiempo para verte
y abrazarte un poco más.
Quedaste atrapado en el tiempo,
nunca creciste en mí,
seguís teniendo la misma edad
que la última vez que te encontré.
Y te recuerdo sentado en el sillón
con tus ojos azules grisáceos,
tu remera de algún color
con algún dibujo,
que me acuerdo un poco, pero no tanto.