Me rendí ante nosotrxs,
dioses del porqué,
dueñxs de lo que apropiamos, lo que robamos
e hicimos nuestro;
cuando me dormí entre tus piernas
sobre sábanas ajenas
manchadas, empapadas
de vos y yo, que fui cruel
y dejé nuestro recuerdo con cada paso.
Cariño, fuimos malxs
porque nos supimos invencibles.
Tengo tu olor pegado a mis superficies,
tus silencios adheridos al cráneo.
El pecho, el cuerpo, el aire repleto de vos
cazándome las sílabas,
llenándome el tiempo y yo,
llevándome el tuyo.
Si tuviera que pedirte algo
quizás te rogaría las palabras
y suplicaría los suspiros, todo lo que te llevaste
cuando entraste a tu casa.
Devolveme las miradas que le robaste
al mundo,
el espacio que hiciste tuyo en mis sueños,
y las caricias que enredé en tus rulos.
Si pudiera pedirte algo
me pondría de espaldas
e imploraría que me recorras como sabés,
con sabor a besos desesperados
como el hielo sobre la piel
con esa filosa sensación de eternidad.
Dejaría que poses la punta de tus dedos
y me toques hasta el corazón,
que me claves las uñas más allá del alma
y me beses el mañana
y destruyas, los segundos, los minutos, malditos,
no me traguen,
no me tragues,
no me dejes tragarte.
Es tu suavidad, que amenaza con su lividez y
blanca, me acorrala las ideas.
Son esos graves que sentís hasta los huesos.
Es lo imborrable de tus labios contra los míos,
y somos nosotrxs, llevándonos puesto todo.
Cariño, fuimos malxs
porque fuimos mejores.
Cariño, fuimos malxs
porque somos más.